Gazeta de Antropología, 2016, 32 (1), artículo 01 · http://hdl.handle.net/10481/42869 Versión HTML  ·  Versión PDF
Recibido 19 mayo 2016    |    Aceptado 21 junio 2016    |    Publicado 2016-06
La urbanización indígena en la Amazonia. Un nuevo contexto de articulación social y territorial
Indigenous urbanization in Amazonia: a new context for social and territorial articulation





RESUMEN
La idea generalizada de la Amazonia como una región compuesta principalmente por poblaciones bosquesinas está desactualizada: una gran parte de la población indígena o rural vive o está fuertemente vinculada a los centros urbanos. Dicha tendencia no implica necesariamente un proceso de éxodo o abandono de los espacios rurales o una simple desterritorialización; más bien instaura un nuevo régimen caracterizado por la movilidad, la diversificación económica, y un patrón residencial y de apropiación territorial multisituado, distribuido y dinámico. Una consiguiente mayor articulación simbólica y material a lo largo del extenso y complejo interfaz urbano-rural se evidencia en nuevos procesos de transformación y coproducción a nivel corporal, social, étnico, ambiental y territorial. Situada en los márgenes de la modernidad neoliberal, dicha coyuntura muestra a la vez ciertas tendencias históricas y culturales, característicamente amazónicas.

ABSTRACT
The generalized view of Amazonia as predominantly rural is outdated: a large part of the rural and indigenous population either lives in or is strongly linked to urban centres. Such a trend does not signify rural exodus, abandonment or straightforward de-territorialization, however but rather reveals the onset of a new regime characterized by a highly diversified livelihood and subsistence strategy with accompanying levels of circular mobility, multi-sited and distributed forms of settlement and territoriality. A greater degree of connectivity and increased symbolic and material exchanges along a large, complex urban-rural interface is reflected in multiple and simultaneous processes of corporeal, social, ethnic, environmental, and territorial transformation and co-production. Situated at the margins of neoliberal modernity this new juncture reveals certain historical continuities and cultural trends which we deem characteristically Amazonian.

PALABRAS CLAVE
Amazonia | urbanización | territorialidad | indigeneidad
KEYWORDS
Amazonia | urbanization | territoriality | indigeneity


1. Introducción

 La imagen generalizada de la Amazonia como un espacio habitado principalmente por poblaciones bosquesinas está desactualizada: una gran parte de la población amazónica, incluyendo un número creciente de pobladores indígenas (1), ha desarrollado vínculos estrechos o incluso reside, ya sea de manera permanente o por temporadas, en centros urbanos a nivel local, nacional e inclusive internacional (Delugan 2010, McSweeney y Jokisch 2007, Padoch y otros 2014). De acuerdo a las estadísticas oficiales, casi un 40% de la población indígena en Brasil ya era urbana en el año 2010 (IBGE 2016). El que así sea no debería sorprendernos ya que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX la proporción de la población mundial residente en zonas urbanas o periurbanas ha aumentado considerablemente: de un 13% en 1900 a 54% en 2014, estimándose que esta llegará al 66% a mediados del siglo XXI (United Nations 2014). Este proceso es aún más dramático en países del Cono Sur, donde se prevé que la población urbana se cuadruplique en 2050 (United Nations 2014), especialmente en América Latina cuyos índices de urbanización actuales ya se aproximan o incluso exceden los de Europa y Estados Unidos (Cerrutti y Bertoncello 2003). A diferencia de estos últimos, sin embargo, la transición urbana en la Amazonia no responde directamente a un proceso de industrialización y en muchos casos se caracteriza por patrones de desplazamiento y asentamiento muy complejos, incluyendo índices altos de movilidad giratoria y asentamiento multisituado (Eloy y otros 2015, Winklerprins 2002). La transición urbana en estos contextos, por tanto, no implica necesariamente la disyunción entre lo urbano y lo rural, sino más bien todo lo contrario: una nueva y aún más intensa articulación, y por consiguiente, coproducción de espacios y formas sociales hibridas, y en continuo proceso de transformación. (Véase también Tacoli 2006).

Entre los factores de “empuje y atracción” (push-pull) comúnmente asociados a dicha tendencia podemos señalar: 1) los efectos de medio siglo de modernización y desarrollo impulsado por el Estado; 2) una consiguiente dependencia sobre la economía de mercado y los servicios urbanos, en salud y educación, por ejemplo; y 3) una mayor conectividad y, como consecuencia, una compresión del tiempo-espacio asociada a la revolución en comunicaciones y transportes (Browder 2002, Pinedo-Vasquez y otros 2001, Santos-Granero y Barclay 2000). A esto podemos agregar los efectos de las reformas neoliberales implementadas a partir de la década de los 90, incluyendo el fin de los subsidios a los sectores productivos (el caucho, por ejemplo) y la liberalización del comercio, procesos que a su vez han derivado en una desagrarización y una consiguiente diversificación de la economía familiar (Ellis 1998). A partir de la escasez de trabajo en la ciudad, dicha diversificación suele depender de la participación temporal y precaria en la economía extractiva (oro, madera), productiva (coca y cocaína) o de servicios (turismo, conservación).

Por último, existen otros factores puntuales, a veces interrelacionados, como son los desplazamientos provocados por la violencia asociada a la guerra civil o el narcotráfico (IDMC 2015), el desigual acceso a tierras o recursos, la expansión de grandes industrias extractivas y los proyectos de desarrollo (Schmink y Wood 2013, Terminski 2013), la aplicación de ciertas políticas ambientales o, previsiblemente cada vez más, los efectos perniciosos de la degradación ambiental y el cambio climático (Acevedo 2011). La movilidad giratoria, la migración, la intensificación del contacto con la ciudad y el mercado, la formación de patrones de residencia múltiples, así como una mayor dependencia sobre redes sociales complejas y extensas (frecuentemente inmersas en la economía informal o incluso ilegal) forman una parte clave e integral de este nuevo conjunto de relaciones sociales, económicas, políticas y territoriales (Godfrey 1992, Peluso y Alexiades 2005, Pinedo-Vasquez y otros 2001, Tritsch y otros 2014).

A partir de los años 60, y especialmente en los 90, el desarrollo urbano adquiere varias formas y dimensiones que incluyen: 1) la expansión de poblados, ciudades y áreas metropolitanas pre-existentes, generalmente ribereñas; 2) la creación de nuevos asentamientos, generalmente a lo largo de ejes de desarrollo viales, extractivos o agropecuarios; y 3) la transformación de las propias comunidades rurales, las cuales progresivamente van adquiriendo servicios, patrones de asentamiento y de organización característicamente urbanos. En el caso de Brasil, al menos la gran mayoría de los centros urbanos, un 80%, son relativamente pequeños, con poblaciones menores a 20.000 personas, los cuales al hallarse dispersos a lo largo de ríos y carreteras introducen un elemento de conectividad reticular a la urbanización del paisaje (Guedes y otros 2009). Como veremos más adelante, todas estas dimensiones de la urbanización comparten un elemento importante: la improvisación, la precariedad, la escasez de infraestructura, servicios y planificación, así como, consecuentemente, la prevalencia de problemas de salúd y nutrición entre las poblaciones más marginales.

El proceso de urbanización amazónico tiene una segunda dimensión geográfica y social, quizás menos evidente que la primera pero a la vez más importante. Más allá de la mera ocupación, interacción o transformación puntual de zonas urbanas, la transición urbana implica una transformación territorial mucho más amplia a partir de lo que Browder (2002) llama el “interfaz urbano-rural” (urban-rural interface): la estrecha y dinámica articulación entre múltiples lugares, espacios, ambientes, procesos y actores, y que abarcan no solo las ciudades, sino también, como veremos más adelante, los demás espacios: bosques, ríos, lagos, etc. Dicho de otra manera, el grado de interconexión entre lo rural y lo urbano significa que el uno no puede ser entendido fuera del contexto del otro y de las dinámicas sociales, económicas, políticas y territoriales que transforman y, a la vez, se transforman durante el proceso.

Dentro de este contexto, la urbanización indígena, como subconjunto de un proceso regional más amplio, nos presenta una coyuntura y una serie de problemas, proposiciones y dinámicas sui generis diversas, fluidas, poco conocidas y estudiadas, y diríamos que en algunos casos hasta invisibilizadas. Coincidimos con McSweeney y Jokisch (2007 y 2015) en que el fenómeno de urbanización indígena refleja una serie de procesos identitarios, políticos y territoriales complejos, vinculados, propios e importantes, los cuales no son debidamente captados por una visión ortodoxa y excesivamente mecanicista de la migración, concebida principalmente a partir de la interacción de factores de atracción y empuje sobre actores racionales (Parry y otros 2010). Nuestro análisis busca igualmente servir de contrapunto a la presunción de que la urbanización indígena refleja principalmente procesos interdependientes de des-territorialización y de aculturación. Complejo y ambivalente, el proceso de urbanización indígena refleja a la vez elementos novedosos y en proceso de construcción como ciertas continuidades históricas. En él vemos igualmente la expresión simultánea de elementos de violencia estructural, de marginación y de desestructuración social como también de respuesta, potencialidad y recomposición. Asimismo, pretendemos contribuir, de manera necesariamente resumida y preliminar, a una literatura emergente que considera la vinculación indígena con espacios urbanos como parte de una dinámica mucho más compleja, en la que se consideran también procesos de re-territorialización, y de re-indigenización (Eloy 2015, Peluso 2015a), los cuales cuestionan muchas de las presunciones modernistas acerca de la indigeneidad y de la relación entre la antropología, los pueblos indígenas y la modernidad (Blaser 2009, de la Cadena 2010). Reconocemos un sesgo en nuestro análisis e interpretación hacia la Amazonia occidental y pre-andina, que es lo que mejor conocemos.

Iniciamos nuestro análisis y resumen situando el proceso de urbanización indígena en un marco histórico, prestando particular atención a las dinámicas sociales e históricas de movilidad, subsistencia y asentamiento, bases a su vez de la ecología, economía y sociedad indígena (Alexiades 2009a, Eloy y otros 2015, Roller 2014), y puntualizando los principales momentos de ruptura, continuidad y transformación a lo largo de los siglos. Seguidamente revisamos, igualmente de manera resumida, incompleta y preliminar, algunas de las dimensiones sociales, políticas, identitarias, simbólicas y territoriales de este nuevo conjunto de relacionamiento entre poblaciones indígenas y diversos actores y dimensiones del Estado y mercado, así como de articulación entre procesos a escalas y niveles diferentes. Terminamos con una reflexión general sobre las implicaciones teóricas y políticas de la urbanización indígena con cara al futuro y su vinculación a la academia (2).

 

2. La urbanización amazónica: una perspectiva histórica

La imbricación del espacio urbano en el mundo indígena tiene una trayectoria histórica profunda, compleja y desigual, reflejo a su vez de la turbulenta y variada historia social y política de la región que abarca desde la época pre-hispánica (Erickson 2014, Heckenberger 2014) a la era poscolonial (Little 2001). El hecho de que la historia amazónica esté marcada por ciclos sucesivos, y en algunos casos sobrepuestos, de (des)urbanización es sumamente significativo ya que invita a considerar la posibilidad de descubrir ciertos elementos de continuidad o resonancia, ayudándonos a situar la urbanización en el marco de procesos estructurales, sociales e históricos más amplios.

Ubicamos el desarrollo de los primeros centros urbanos en la Amazonia y el Orinoco durante el llamado periodo “Formativo” (4.000-2.000 AP), paralelamente a la intensificación en los sistemas productivos y la expansión de la agricultura, el crecimiento demográfico, la sedentarización y, en algunos casos al menos, una tendencia hacia la estratificación social y política (Arroyo-Kalin 2010, Roosevelt 1993). Dicho proceso se extiende e intensifica hasta el inicio de la conquista ibera del continente americano, cuando se estima la población amazónica alcanzaba entre los cinco y diez millones de personas (Denevan 2014). Constituyendo una “estructura política-económica diferenciada” (differentiated political-economic structure) (Hornborg 2005: 593) y regionalmente compleja, la Amazonia precolombina se configura a partir de varias redes multi (o más probablemente, supra) étnicas de comercio y intercambio que la conectan con otras regiones incluyendo los Andes, la cuenca del Orinoco y la región circum-caribeña (véanse citas en Alexiades 2009: 8; también Whitehead 1994 y Neves 2001).

Los patrones de desarrollo urbano precolombinos, al igual que los sistemas políticos y los sistemas productivos a los cuales estaban asociados, eran diversos. En el caso de las llanuras de Mojos y Baures (Bolivia) o en partes de la cuenca del Tapajós o Xingú (Brasil), por ejemplo, dichos centros urbanos formaban parte de una red más amplia de asentamientos, centros rituales y zonas productivas, interconectadas por carreteras o vías fluviales, presentando así un modelo de desarrollo urbanístico y paisajístico netamente reticular, claramente distinto al europeo (Heckenberger y otros 2008). No obstante esta diferencia, el desarrollo urbano y la transformación antrópica del paisaje en partes de la Amazonia precolombina -y que incluía terraplenes, canales, carreteras, fortificaciones, suelos y bosques antropogénicos- igualaba o en algunos casos incluso excedía los niveles hallados en otras partes del continente y de Europa durante ese tiempo (Heckenberger 2014). Un ejemplo de ello son los restos del centro urbano encontrados bajo la ciudad actual de Santarem (Brasil), los cuales se extienden más de cuatro kilómetros cuadrados. Igualmente, estudios arqueológicos en las Faldas de Sangay (Ecuador) han demostrado, a partir del gran número de montículos de tierra encontrados, que las estructuras urbanas posiblemente llegaban a los doce kilómetros cuadrados.

La conquista europea y los efectos devastadores de las enfermedades virales traídas por ellos (Crosby 1976) derivaron en el colapso demográfico y, como consecuencia, en una rápida y profunda desestructuración social, política y territorial. Esto a su vez puso fin a una larga e importante etapa de desarrollo urbano, de integración y articulación macro-regional, y de transformación a gran escala del paisaje. Sin embargo, a pesar de que el proceso de colonización trastornó las redes existentes de intercambio social y las distintas configuraciones políticas, territoriales y étnicas precolombinas, también generó otras nuevas. Esto fue posible a partir de las nuevas economías y ecologías políticas que emergieron fundamentadas, por ejemplo, en la introducción de herramientas de metal, así como la apertura a fuerzas exógenas ligadas a la economía global (Ferguson 1998). Múltiples olas agro-extractivas y mercantiles con sucesivos ciclos de auge y contracción se constituyen como elemento histórico de articulación clave en este sentido, generando fronteras a veces permanentes, pero en muchos casos “hueca” (hollow frontier) (Little 2001). Este hecho impulsó un complejo y dinámico proceso histórico de fragmentación, fusión y re-organización étnico, espacial y territorial (Zent 2009).

Entre los siglos XVI y XVIII dichos procesos de colonización y de (des)articulación se estructuran y proyectan frecuentemente desde de la Misión. La Misión no solo introduce un nuevo eje y modelo de desarrollo urbano, sino que en muchos casos se constituye como nodo de articulación entre la economía agro-extractiva local y la economía global, sirviendo además de crisol de nuevos procesos de etnogénesis. En la Misión también se materializan las contradicciones de las nuevas economías y ecologías políticas creadas por la introducción de bienes de consumo, epidemias y los nuevos conflictos. Los efectos de atracción y concentración generados por los bienes de consumo -herramientas de metal especialmente- y en cierta medida por la protección que brindan, contrarrestan la tendencia hacia la dispersión en vista de la vulnerabilidad epidemiológica y el sometimiento a la vida en la Misión (Balza 2001). El juego de múltiples ciclos, a veces superpuestos, de concentración y de dispersión, es un elemento importante en el proceso de fragmentación y recomposición étnica y territorial a lo largo de la historia. La coexistencia o, a veces, secuencia de tendencias aparentemente contrarias (fragmentación e integración, desmantelamiento y reconstitución) es por lo tanto una de las condiciones características de la compleja historia social, étnica y territorial de la Amazonia indígena. Ello se refleja claramente en las complejas relaciones que a través del tiempo establecen diferentes etnias con los espacios y actores derivados de procesos coloniales.

La extensión, número e intensidad de los auges agro-extractivos sobre el territorio amazónico aumentan de manera general a partir del siglo XVII. Las innovaciones tecnológicas de la revolución industrial, la mecanización y la mejora en comunicaciones y transporte generan, a su vez, una explosión en la demanda de variedad y cantidades materias primas requeridas de las colonias. La transformación del capitalismo mercantil al capitalismo industrial a partir de entonces supone no solo una mayor penetración de la economía global en la Amazonia, sino que coincide con la emergencia de nuevas élites y la creación de los nuevos estados independientes de Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Venezuela.  

Condicionada en los inicios al proyecto religioso misionero, la articulación a la economía global se seculariza con el paso del tiempo, a la par que se suceden auges extractivos, como el de la cascarilla (siglo XVIII). Los auges extractivos de la era Republicana, entre los cuales destaca el de las gomas, señalan no solo la continuación del proceso de secularización de las misiones, sino que también consagran la creación de un nuevo tipo de núcleo urbano; el de la empresa o grupo de empresarios que con el tiempo pasa a formar parte de un nuevo proyecto político, el Estado poscolonial. En estos casos el desarrollo urbano no se condiciona a la preexistencia de un frente colonial y agrícola, como es el caso en partes de América del Norte, sino que en sí directamente constituye un mecanismo para establecer el frente de colonización y, a partir de finales del siglo XIX, de penetración y consolidación del Estado. En muchos casos la frontera amazónica, como señala Becker (1990, citado en Browder y Godfrey 1997: 3), “nace ya urbanizada, y como estrategia de ocupación del Estado”, ya sea directamente o indirectamente, a través de grandes empresas, o promovida por intereses comerciales o por iniciativas populistas (Browder y Godfrey 1997. Véase también Santos-Granero y Barclay 2000).

La estrecha relación histórica entre el proceso de urbanización y los ciclos de auge y depresión extractivos reflejan la naturaleza “hueca” (Little 2001) de la frontera extractiva amazónica, contribuyendo en casos a crear lo que Godfrey y Browner (1997) caracterizan como un “urbanismo desarticulado”, formado por una constelación de urbes de diferentes tamaños y orígenes en estado de flujo permanente. Un proceso ilustrativo de esta situación se da a raíz del colapso de la economía del caucho en 1915. Tras un periodo de decaimiento, ciudades como Iquitos experimentan sucesivos (y menores) ciclos de expansión y contracción, reflejo de los vaivenes de la economía agro-extractiva (Pinedo-Vásquez y Padoch 2009).

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la relación entre los espacios rurales y urbanos se forma cada vez a partir de la expansión y consolidación del Estado. Entre 1945 y 1980, y sobre todo durante las décadas de los sesenta y setenta, los gobiernos centrales de los distintos estados latinoamericanos inician ambiciosos proyectos de modernización, desarrollando infraestructura (militar, de transportes, comunicaciones y servicios), promoviendo la apertura de nuevas fronteras de colonización y domesticando otras (Santos-Granero y Barclay 2000), dando lugar a sucesivos ciclos de urbanización. El proyecto nacional de modernización a su vez forma parte de un proyecto internacional, condicionado por las dinámicas políticas y sociales de Guerra Fría y la construcción del “Tercer Mundo” a partir de nociones de (sub)desarrollo y progreso (Escobar 2007). La penetración del Estado y la modernidad se internaliza en la transformación étnica, espacial y territorial indígena (Robert 2004), desencadenando a la vez una compleja dinámica de resistencia y apropiación (Brown 1993, Rubenstein 2001).

El final de la década de los ochenta marca el inicio de un nuevo periodo en la evolución social, política, territorial y ambiental de la Amazonia, asociado de manera general a la fase neoliberal o posmoderna del capitalismo. Esta fase se manifesta a partir de la contracción del Estado de bienestar y la privatización de bienes y servicios públicos, la liberación del comercio y el fin de los subsidios a sectores productivos claves (agro, ganadería…), un proceso de democratización y descentralización política, marcada en sus inicios por la caída de regímenes militares y el fin de la Guerra Fría, y eventualmente por una consiguiente expansión de la sociedad civil. Todo ello ha contribuido a generar condiciones muy particulares de integración a nivel regional, así como en la articulación de la región con la economía global. Esto a partir de una economía dirigida, por un lado, hacia los servicios (turismo, conservación) y, por otro, a la extracción de materias primas y energía para las nuevas economías emergentes de Brasil y Asia. La revitalización de la identidad y la etnicidad como elementos clave de la vida política (frecuentemente remplazando a la noción de clase como eje central de reivindicación social y político), que es otra característica de la modernidad tardía, se hace visible en la Amazonía y el resto del continente a partir de un proceso de re-indigenización social y político, el cual se suma a la dramática recuperación demográfica de muchas etnias tras décadas o siglos de declive (McSweeney y Arps 2005, Perz y otros 2008). Dicho conjunto de elementos, a los cuales agregaremos otros en el próximo apartado, nos brinda un contexto general para entender y abordar las dinámicas actuales de urbanización indígena o, quizás más exactamente, las interacciones complejas entre diferentes espacios y actores a diferentes escalas que caracterizan este momento histórico.

A lo largo de la historia de la Amazonia, la movilidad ha servido siempre como mecanismo de mediación espacial y social, de aproximamiento y distanciamiento de las fuerzas y los “otros” asociados al Estado y, por ende, a la economía de mercado. Esto ha permitido a los indígenas amazónicos, tanto a nivel individual como colectivo, responder y manejar el riesgo, la incertidumbre y el cambio (Alexiades 2009a, Alexiades y Peluso 2009, Chibnik 1994, Roller 2014). A través de este proceso los amazónicos se han conformado como sujetos en la coproducción histórica del espacio, el cual, tal y como nos resalta la ecología histórica, se materializa en la “naturaleza”, tanto la de antaño como la de la actualidad (Balée 2013, Brondizio y otros 2013, Browder 2002, Lehmann y otros 2003, Raffles 2002).

 

3. La urbanización indígena en la Amazonia: temas claves y abordajes en construcción

El proceso de urbanización indígena se conforma a partir de una multiplicidad de movimientos y flujos de personas, objetos e ideas entre múltiples espacios y en múltiples direcciones, siguiendo distintos modos de desplazamiento (circulares, de ida y vuelta, semi-permanentes, etc.), calendarios escolares y productivos, y patrones de residencia, desde asentamientos dispersos a barrios, algunos efímeros, otros más estables (Eloy y Lasmar 2012, Eloy y otros 2015).

A la dimensión visible, material y exterior del proceso de urbanización, como son los desplazamientos individuales o colectivos, entre otros, podemos agregar otra paralela, invisible, interior, vinculada al imaginario y al deseo (deseo por ciertos bienes de consumo o por constituirse como cierta clase de persona, por ejemplo). En ese sentido, el proceso de urbanización también puede generar movimientos en la dirección contraria, derivando en la apropiación de elementos urbanos y simbólicos (estéticos, espaciales o tecnológicos) en el espacio rural, netamente la comunidad o población indígena (Peluso y Alexiades 2005, Rubenstein 2012). Vista así, la urbanización implica el flujo e intersección de múltiples elementos complejos y dinámicos, con dimensiones simbólicas, sociales, políticas y espaciales diversas y vinculadas, lo cual a su vez genera múltiples realidades, posibilidades y respuestas sociales. Tal y como señala Papastergiadis (2000), la migración es un ente “turbulento”, apunta a procesos y cambios que si bien son inciertos, inestables, desarticulados y poco predecibles, también pueden generar ciertas continuidades en los flujos entre personas y lugares.

El estudio, análisis e interpretación de dichos flujos, procesos y redes presenta un reto considerable para los investigadores, expertos, organizaciones indígenas y entidades públicas y privadas comprometidas con diversos asuntos indígenas, lo cual explica en parte la falta de datos o estadísticas, como el caso de índices de migración dentro de una misma región (Parry y otros 2010). La diversidad de circunstancias, coyunturas y respuestas, la naturaleza dinámica de los procesos, y la multiplicidad de escalas y niveles que pueden y deben ser considerados, dificulta enormemente la labor de definir y examinar las relaciones, transformaciones y consecuencias de los procesos inscritos en el fenómeno de urbanización indígena (Fisher 2015: 35, Nasuti y otros 2013).

A estas dificultades metodológicas y epistemológicas podemos agregar algunas de origen ontológico. Como fenómeno social y cultural, la urbanización indígena actual desafía la tendencia -muy prevalente en algunos sectores sociales e incluso académicos- de exotizar, esencializar, emplazar, espacializar y localizar lo indígena. El “indígena” -como sinónimo de lo tradicional, auténtico e inmóvil en el tiempo y el espacio- se construye en el imaginario europeo como el espejo invertido de la modernidad misma. Como proceso social fundamentado en la articulación y la transformación -social, económica y geográfica- la realidad de la urbanización indígena choca con dicho imaginario y con las categorías y dicotomías subyacentes al proyecto político e ideológico de la modernidad: urbano-rural, sociedad-naturaleza, tradición-modernidad, etc. Justamente a partir de su capacidad de subvertir las bases ontóligicas de la modernidad, las transformaciones asociadas al proceso de urbanización nos ofrecen valiosos elementos de estudio, análisis y reflexión en torno a las nuevas construcciones y teorizaciones de la persona, la indigenidad, la identidad, la territorialidad y la naturaleza (Aparicio y Blaser 2008). Como ya han anticipado McSweeney y Jokisch (2007 y 2015), y como detallaremos más abajo, además, estas interrogantes tienen dimensiones e implicaciones legales, normativas, institucionales, sociales y políticas muy importantes.

3.1. La construcción de la persona y el sujeto

La urbanización ha jugado un papel histórico clave en el proceso de etnogénesis amerindia. Como ya señalamos antes, las misiones jugaron un papel primordial en la re-organización social, territorial y étnica de la Amazonia, tanto durante la época colonial -incluyendo las Reducciones jesuitas entre otras- como en la Republicana. Se da durante este periodo una compleja dinámica histórica en la cual se contraponen, ya sea de manera paralela o consecutiva, movimientos y tendencias opuestas pero a la vez interconectadas: momentos y procesos de integración o de aproximación a los centros urbanos (y directa o indirectamente a la economía global) y, por tanto, de concentración demográfica y fusión étnica, se sobrepusieron o alternaron con momentos, procesos y efectos opuestos (distanciamiento físico, desarticulación territorial, dispersión social y diversificación étnica, social y lingüística) (Alexiades 2009a, Zent 2009).

Hoy día somos testigos de una diversidad de dinámicas identitarias, y de procesos y situaciones dispares y contrastantes, en gran medida vinculadas a las condiciones y efectos de la urbanización. Por un lado, podemos constatar cómo el proceso acelerado de urbanización, a partir de finales del siglo XX, ha contribuido al fortalecimiento de organizaciones, movimientos, identidades y agrupaciones multi y pan-indígenas. Lejos de significar un simple proceso de erosión o desestructuración social o lingüística, aun si ello efectivamente ocurre en algunos, o incluso muchos casos, las dinámicas sociales y políticas directa o indirectamente vinculadas a la urbanización han tenido también, en ocasiones, un efecto contrario: de re-afianzamiento, reconstitución y re-indigenización. Dicha coyuntura es coherente con las condiciones de la modernidad tardía entre las cuales destacamos la preponderancia de la identidad (etnicidad, religión) como eje central de la vida política, frecuentemente en remplazo de las dinámicas y conflictos de clase, y que en América Latina se expresa claramente en un proceso de re-indigenización social y político, tanto a nivel regional como nacional.

El proceso de urbanización ha contribuido de muchas maneras a dicho proceso de re-indigenización. Tal y como señalan McSweeney y Jokisch (2015), mas allá de las motivaciones o circunstancias particulares que motiven a las personas a reorientarse o migrar hacia la ciudad, el hecho es que una vez en esta, se generan con frecuencia transformaciones en la conciencia política, y por ende étnica. Las razones de cómo y porqué la ciudad es capaz de despertar y movilizar la conciencia y la acción política son múltiples. En la ciudad resaltan los contrastes y las contradicciones sociales, y se visibilizan los efectos de la marginación a la vez que se presentan oportunidades únicas de concientización y movilización: de hecho, el acceso a los medios de comunicación, la educación, y las ideas y acciones de las organizaciones y movimientos sociales y políticos, forma una parte integral de la experiencia urbana y de su atractivo original. La ciudad amazónica, como punto de encuentro, de intersección e interacción social y étnica, ha jugado de manera similar a las Reducciones Misioneras de antaño como foco de etnogénesis, contribuyendo en la formación de nuevas identidades pluri-étnicas. Ejemplo de ello son las federaciones multi-étnicas que se comienzan a formar en las ciudades y capitales amazónicas a partir de los años setenta, justamente coincidiendo con el inicio del proceso de urbanización.

El proceso de (re)construcción del sujeto político indígena en el contexto urbano conjuga y articula múltiples elementos identitarios de contraste; por un lado, de afiliación y de integración al proyecto del Estado (ya sea como sujeto nacional, ciudadano) y, por otro, de resistencia y alteridad. En este proceso dinámico, en el cual vemos el despliegue estratégico de nociones tan escurridizas como “tradición” y “autenticidad”, notamos la expresión de una de las contradicciones profundas del proyecto político e ideológico de la modernidad y en la cual lo “indígena”, como emblemático de lo tradicional, se representa como fijado en el tiempo y en el espacio. Es decir, el espejismo de la modernidad se crea y depende de la creación de su imagen opuesta: lo tradicional. La autenticidad en el sentido moderno de la palabra se define a partir de resistir los efectos de la modernidad. Desde este punto de vista, el indígena urbanizado es, en el mejor de los casos, una víctima y en el peor de los casos un fraude (Gómez 2001, O’Driscoll 2014, Vera 2015).

A la vez, sin embargo, y no falta la ironía en ello, la misma imagen esencializada del indígena como bastión de la tradición y la autenticidad tiene, en el contexto de las dinámicas políticas e identitarias de la modernidad tardía, una resonancia social y política sin igual. La movilización, quizás en algunos casos interiorización, de dichas imágenes e imaginarios entra a jugar un papel importante en algunos contextos de reivindicación territorial y étnica, sobre todo, por ejemplo, en la articulación con organizaciones ambientalistas (Conklin y Graham 1995, Ulloa 2005). Es por esto que la idea del indígena urbanizado representa desde esa perspectiva una contradicción o, en otros términos, una victima del progreso, desplazado territorialmente y culturalmente, y por ende, robado de su legitimidad. Esto a su vez tiene consecuencias políticas fundamentales, no solamente en relación al contacto entre indígenas, el Estado y los agentes externos, como veremos más adelante, sino también en las propias dinámicas sociales internas de los pueblos, en las cuales las nociones de autenticidad y legitimidad entran a jugar un papel importante en las dinámicas inter e intra-étnicas (Espinosa 2012, Gros 1999, O’Driscoll 2014).

Nos parece un hecho importante que en el contexto de la modernidad tardía y el proyecto neoliberal del multiculturalismo, o pos-multiculturalismo (Postrero 2006), la indigeneidad, como signo de tradición y autenticidad, sirva al mismo tiempo de herramienta estratégica de articulación a la modernidad. Tal como señalan varios autores (Chernela 2015, Fisher 2015, Peluso 2015b), la ciudad ofrece un espacio de negociación y de construcción social e identitaria, el cual frecuentemente conjuga y articula, de manera coyuntural, estratégica y fluida, elementos de contraste: de incorporación (“ciudadano”, “sujeto nacional”) o de alteridad (“indígena”).

En este contexto, la noción amazónica del cuerpo, la persona y la “personeidad” (personhood, en inglés) nos ofrece un punto de partida interesante para examinar cómo el proceso de urbanización indígena es vislumbrado, metabolizado y apropiado. Nos parece significativa también la tendencia característicamente amazónica al juego con la alteridad y la incorporación del “otro” en el proceso de construcción de la persona y la vida cotidiana (Overing y Passes 2000, Viveiros de Castro 1992). En estos casos, vemos que la persona y el cuerpo se reproducen y mantienen a partir del nexo de relaciones sociales y de las nuevas posibilidades de convivialidad y consubstancialidad que estos suponen (Conklin y Morgan 1996, Gow 1989, McCallum 1996, Rival 1998, Seeger y otros 1979). La incorporación del “otro” en la reproducción social del mundo amazónico (Fausto 2007, Vilaça 2002) y la idea del cuerpo en constante transformación a partir de las relaciones sociales, el entorno y el habitus (Virtanen 2010) nos brinda una visión alternativa, endógena, del indígena “urbanizado”. El centro urbano, en este caso, brinda la oportunidad de formarse como otro tipo de persona, de inscribirse en ella y de expresarlo en las prácticas, habilidades, presencia o en la manera de comportarse, orientarse e inclusive de caminar (de Certeau 1984). La incorporación de elementos urbanos y rurales en la construcción de su personeidad e identidad apuntan hacia un cosmopolitanismo indígena emergente (Campbell 2015), el cual se refleja a partir de una serie de prácticas históricamente situadas, personificadas en el cuerpo, expresadas en el quehacer diario y de manera estratégica (Chernela 2015, Peluso 2015).

3.2. Dinámicas territoriales y construcción del lugar

El proceso de cambio histórico en la Amazonia ha implicado una continua y simultánea reconfiguración territorial y étnica. En el primer apartado,  resaltamos la influencia de las Reducciones Misioneras sobre dicha reconfiguración durante el periodo colonial. Como expresión de una nueva articulación geo-política global dichos centros urbanos tambien impusieron una nueva lógica del espacio, de la persona y la sociedad. En su análisis sobre la construcción histórica del territorio en el Putumayo (Colombia), Carrizosa (2015) observa cómo los Pueblos de Indios fundados por los misioneros españoles sirvieron de nodos para el tejido de nuevas composiciones étnicas, identitarias y territoriales, a partir de la imposición de una serie de disciplinas y racionalidades sobre el tiempo, el espacio, el cuerpo y las prácticas. Estos elementos a su vez sirvieron de base para una posterior proyección e interiorización de algunos elementos del Estado moderno dentro de la racionalidad del espacio y del territorio.

Es así que el territorio indígena se compone a partir de un proceso dinámico de relación e interacción con una multiplicidad de elementos, seres y actores, incluyendo los agentes externos, el Estado y sus múltiples, muchas veces contradictorias, dimensiones (Chirif y García 2007, Echeverri 20004, Robert 2004, Rubenstein 2001). Igualmente, la continuidad territorial depende de la capacidad de interacción y la negociación con otros mundos y espacios, incluyendo la ciudad. Fisher (2015: 35), por ejemplo, observa que en el caso de los Canela “el mantenimiento de un territorio rural viable implica una simultanea presencia urbana, al menos por parte de algunos dirigentes” (todas las citas textuales originales en inglés son traducción nuestra). Un referente clave en este sentido son las dos publicaciones de McSweeney y Jokisch (2007 y 2015). Los autores sugieren que el proceso de urbanización indígena a lo largo de los últimos veinte años está orgánicamente vinculado a muchos de los logros conseguidos durante ese mismo periodo a favor de los pueblos indígenas; evidente, por ejemplo, en el reconocimiento oficial y demarcación legal de territorios y derechos adjuntos.

La relación entre el proceso de urbanización y la consolidación territorial indígena tiene varias dimensiones importantes que merecen ser destacadas. Primero, la presencia de representantes indígenas en los centros urbanos no solo ha permitido negociar de manera más efectiva con el Estado y canalizar el apoyo legal, técnico y financiero necesario; ello en sí, resaltan McSweeney y Jokisch (2007 y 2015), ha sido un incentivo de desplazamiento hacia centros urbanos y capitales regionales y nacionales. Las federaciones indígenas y organismos representantes, tal y como señala Rubenstein (2001), son entes mediadores en dos sentidos: representan al colectivo indígena ante el Estado y al Estado ante el colectivo indígena. En ese sentido, su orientación hacia la ciudad y los centros de poder es necesaria e inevitable. Segundo, como ya mencionamos, la ciudad ofrece posibilidades únicas de formación técnica y de vinculación, movilización y de reivindicación política, étnica y territorial. En ella, igualmente, se hallan los recursos políticos, sociales y económicos clave para el proceso de reivindicación territorial. Tercero, el hecho que la búsqueda de una mejor educación para los hijos suponga uno de los mayores incentivos para la migración invita a una lectura política. Aun si la movilización y la organización política y territorial no forma parte de la intención explicita de los padres que mandan a sus hijos a estudiar a la ciudad, ese, como ya mencionamos, ha sido uno de los efectos.

Existen precedentes de un vínculo similar entre el proceso de urbanización y la consolidación de reivindicaciones territoriales y sociales por otros grupos marginados. Simmons (2002) vincula el proceso de urbanización en Pará con la evolución de un movimiento campesino coherente, formado en la urbe y capaz de proyectarse hacia el campo de manera coordinada para reclamar derechos y ocupar tierras. En el caso indígena, la reivindicación política y territorial incluye un elemento étnico adicional, el cual aporta contenidos y dimensiones simbólicas e históricas que le permite articularse de manera estratégica a otros procesos de reivindicación, como son en estos momentos, por ejemplo, la conservación y la defensa ambiental (Fisher 1994, Varese 1996).

Las dinámicas provocadas por el proceso de urbanización y sus dimensiones políticas y sociales son complejas. Por un lado, se puede decir que existe un proceso de des-territorialización, en el sentido de dispersión fuera de los territorios, en muchos casos titulados, y las comunidades. Sin embargo, tal y como apuntan McSweeney y Jokisch (2007 y 2015), sería un error no reconocer el hecho que ese mismo proceso de des-territorialización implica también nuevas formas simultáneas de territorialización. Por un lado, como acabamos de indicar, la mayor vinculación con la ciudad ha permitido consolidar el reconocimiento oficial y legal de territorios históricamente ocupados y utilizados. Por otro lado, además, en muchos casos el proceso de dispersión y de ocupación de otros ambientes a lo largo del “continuum” urbano-rural supone nuevas formas y dimensiones de apropiación territorial, fluida y multi-situada, las cuales, proponemos, son plenamente coherentes con la cosmovisión amazónica, tal y como lo revelan las propias narrativas orales (Chase-Smith 2004, Chaumeil y Chaumeil 1983, Santos-Granero 2004). Si bien, dicho proceso de apropiación se hace más evidente en el caso de barrios como Cantagallo en Lima, Perú (Espinosa 2009, Lazarte 2011) o los cabildos urbanos, algunos oficialmente reconocidos, en varias ciudades colombianas (Sevilla 2007, Urrea Giraldo 1994) existen otras formas de territorialidad, algunas multi-situadas, formadas a partir no de la ocupación estable y el asentamiento (patrón de territorialidad coherente para un visión de Estado o en todo caso agraria), sino de diferentes tipos de movimiento y de intercambio (patrón de territorialidad característicamente amazónico) (Chirif y García 2007, Rival 2002, Robert 2004, Surrallés y García 2004).

Emperaire y Eloy (2008 y 2015), por ejemplo, presentan el caso de varios centros urbanos en el medio y alto Rio Negro (Brasil), los cuales a lo largo de las últimas décadas se han constituido a manera de nodos estratégicos de interacción e intercambio dentro de un tejido territorial indígena distribuido a manera de red. Un reflejo de este proceso de articulación, y por consiguiente reconstitución, son las áreas de cultivo en las zonas de ocupación e intermediación periurbanas, las cuales en algunos casos contienen una mayor agro-biodiversidad que algunas zonas rurales, lo que atribuyen las autoras justamente a los efectos de intercambio y nuevos patrones de socialidad. Las plantas cultivadas y la alimentación se constituyen en el contexto urbano como un mecanismo de expresión y movilización social y étnica, a partir de las dificultades alimentarias que la vida urbana implica y las oportunidades de vinculación y acción colectiva que a la vez posibilita (Yagüe 2013).

Este modo de (re)territorialización a partir de la movilidad, dispersión y articulación simultánea con diferentes y en algunos casos nuevos ambientes y elementos, algunos incluso sin una dimensión espacial, escapa a la lógica -y por tanto a la vista- de entes e individuos cuya conciencia territorial se circunscribe a una lógica modernista, característica del Estado y ajena a la complejidad, multi-localidad y multi-situacionalidad indígena. Una vez más, las dinámicas desencadenadas por los procesos vinculados a la urbanización chocan con las presunciones modernas de lo que constituye la indigeneidad y la territorialidad indígena. El peligro, como muy bien enfatizan McSweeney y Jokisch, es que al ignorar o invisibilizar los vínculos orgánicos que existen entre el proceso de urbanización y la territorialidad indígena tiene graves y nefastas consecuencias políticas. La propuesta de que la urbanización apunta, ante todo, a un proceso de abandono territorial de cabeceras de ríos y de zonas inter-fluviales puede señalar un retorno a la retórica del “mito del gran vacío amazónico” (Santos-Granero 1985) y con ello a una nueva fase de apropiación territorial y colonización, ya sea para la conservación (Mittermeier y otros 2003) o para alimentar a la nueva ola agro-industrial y extractivista (Bebbington 2012, Finer y Orta-Martínez 2010). McSweeney y Jokisch (2015: 16) ofrecen el ejemplo concreto del uso demagógico por parte de una confederación de grandes agricultores y ganaderos de imágenes de indígenas urbanizados para paralizar el proceso de titulación de tierras en áreas de interés estratégico para la industria agro-ganadera. Muchos de los análisis producidos por investigadores y entes de las Naciones Unidas (véase Rodríguez 2007 o Yescas 2008, por ejemplo), sostienen los mismos autores, pueden contribuir, aunque sea de manera involuntaria, a deslegitimizar las reivindicaciones étnicas y territoriales indígenas, justamente por la manera en que interpretan el proceso de urbanización como evidencia de deserción territorial, desarticulación social y dilución cultural.

Nuestra propuesta no es concebir la indigeneidad amazónica en el siglo XXI fuera de un marco territorial sino, más bien, bajo un modelo de territorialidad diferente, más ámplio y en contraste con el que se construye a partir de la presencia e interacción con el Estado moderno durante el siglo XX. La indigeneidad y la territorialidad, bajo este nuevo modelo, no están restringidas a una sola dimensión o localidad, sino que existen de manera a la vez multi-situada, fluida, distribuida y emergente, articulando espacios, agentes y procesos diferentes, a veces contradictorios, a múltiples escalas. Eloy y otros (2012 y 2015) resaltan la manera en que dicho régimen de movilidad de apropiación territorial multi-situada y distribuida requiere articular y reconciliar la copresencia de diferentes, a veces contradictorios, régimen es de propiedad y tenencia, con las dificultades de acceso que estas imponen. Los autores señalan que, bajo este nuevo contexto territorial, no es tanto el sistema de producción agrícola y las técnicas que han cambiado como los mecanismos sociales de articulación y acceso a la tierra y al mercado (véase también Emperaire y Eloy 2015).

Sugerimos, para concluir, que este modelo de ocupación territorial y de modo de vida, puede tener antecedentes históricos. Para ello, señalamos los múltiples trabajos que apuntan hacia la existencia prehispánica de formaciones supra-étnicas con patrones muy diferentes de ocupación territorial formados a partir del movimiento, comercio e intercambio. Chase-Smith (2004) los identifica en la geografía simbólica de los Yanesha de la selva central (Perú), la cual incluye toponimias y narrativas orales sobre lugares distantes pero estratégicos en la sierra y en la costa del Pacífico.

3.3. Ciudades bosquesinas y bosques urbanizados: la co-producción de la naturaleza y sociedad

Según Erickson (2014), la Amazonia precolonial contenía una menor cobertura forestal que en la actualidad. Los estudios arqueológicos demuestran en cualquier caso la existencia de grandes extensiones de paisajes prehispánicos intensamente antropizados, y que incluían una variedad de sistemas permanentes de producción agropecuaria mucho más intensivos que la agricultura de roza, tumba y quema que llegó a caracterizar la agricultura amazónica tras la colonización europea (Denevan 2001). Huertos y jardines forestales, sistemas de cultivo y de producción agropecuaria y agroforestal en diques, terrazas y campos elevados, muchos de ellos sobre suelos antrópicos creados a base de técnicas ya olvidadas y aún desconocidas, y que formaban la base productiva de sociedades en algunos casos densamente pobladas y urbanizadas (Denevan 2014, Erickson 2006, Heckenberger 2014). La colonización europea, y sobre todo el efecto devastador de las enfermedades virales que precedieron a la conquista y que se extendieron muy rápidamente por las vías de comunicación principal de la región (los ríos), trajo consigo y de manera simultánea el colapso demográfico, la desestructuración política y un largo y extenso proceso de forestación y asilvestramiento del paisaje. Hay quien afirma incluso que la envergadura de los cambios ecológicos desencadenados por la colonización europea del continente americano es visible en el registro geológico, marcado por un descenso entre 1570 y 1610 en los niveles de dióxido de carbono atmosférico de entre 7-10 ppm (Kaplan 2010).

La desestructuración social y política de la conquista europea, y la subsiguiente penetración capitalista, incluyendo la consolidación de los estados poscoloniales y el modelo de “urbanismo desarticulado” (Browder y Godfrey 1997), contribuyeron a una disyunción, aún si cabe más ideológica que material entre lo urbano y lo rural. Si bien los aportes de la ecología histórica y la ecología política (Balée 2013, Erickson 2014, Heckenberger 2014) nos permiten cuestionar la validez empírica de dicha dicotomía en el pasado, la condición actual de conectividad, interconexión, flujo, movimiento y transformación de personas, bienes, ideas y capital a diferentes escalas, dificulta aún más la posibilidad de definir los límites entre ambos. El proceso de urbanización contemporáneo implica la ruralización de lo urbano tanto como la urbanización de lo rural, y la creación de todo tipo de híbridos y espacios de transición entre ambos (Brondizio y otros 2013, Cleary 1993, Wrinkler-Prins 2002).

Dicho proceso de co-construcción, a lo largo del continuo urbano-rural, se desenvuelve de múltiples maneras y, en muchos casos, en direcciones y con efectos opuestos. Si bien encontramos ejemplos donde los procesos de urbanización favorecen la deforestación, tanto en zonas periurbanas como en zonas de cabecera de río y aisladas, en otras se registra una tendencia opuesta, hacia la forestación y una nueva transición forestal (forest transition) (Hecht y otros 2014). Aun si la diversidad de condiciones y complejidad de interacciones dificultan las generalizaciones y complican las predicciones, podemos en cualquier caso examinar algunas tendencias y sus dinámicas subyacentes, justamente con el fin de demostrar la naturaleza variable y dinámica de los procesos de co-construcción del paisaje a lo largo del continuo urbano-rural.

Un elemento importante de matizar es la naturaleza variable, dinámica y compleja que existe entre la ciudad y la frontera agro-extractiva. Por un lado, hay casos donde se da una relación directa entre la expansión urbana, la apertura de frentes de colonización y la deforestación (Baribieri y Carr 2005, Browder y Godfrey 1997). Dado el grado de conectividad característico de la actualidad, además, los impactos de la ciudad pueden hacerse sentir en zonas muy distantes (Kanai y Silva 2014). Hay otros casos de expansión urbana, sin embargo, que no están fuertemente vinculados a frentes de colonización agro-extractivos, sino que responden más bien a otros procesos, con efectos sobre el medioambiente y las relaciones ecológicas más sutiles y complejos que una simple depredación de recursos o la deforestación. De hecho, en muchos casos la reorientación de la vida social y productiva de las poblaciones locales amazónicas hacia los centros urbanos ha contribuido a un efecto contrario y, en todo caso para muchos, sorprendente: la forestación. Esta tendencia no es siempre el resultado de un proceso de abandono, sino de una reorientación de los sistemas productivos, característicamente diversificados, hacia el sector forestal (Sears y Pinedo-Vasquez 2014).

Dicha reorientación se hace visible a partir de la década de los 90 debido no solo al proceso de des-agrarización antes mencionado, sino también al aumento en el interés y demanda de productos forestales (bebidas, frutos y semillas comestibles, plantas medicinales y artesanías) y por el rol estratético que los “productos forestales no-maderables” adquieren bajo el nuevo paradigma de desarrollo sostenible y de la promoción de la conservación del bosque mediantes incentivos económicos. Si bien en muchos casos la consiguiente demanda de productos forestales ha aumentado los niveles de extractivismo y presión sobre recursos silvestres, en otras instancias lo que se ha observado es un cambio o intensificación en los sistemas de manejo forestal.

La palma del açai (Euterpe oleracea) ofrece un ejemplo muy ilustrativo de este tipo de dinámica. Los frutos forman la base de una bebida consumida tradicionalmente en las comunidades rurales. A partir del éxodo rural hacia la metrópolis de Belem (Pará, Brasil), entre otros factores, empieza a aumentar la demanda urbana por los frutos de tal manera que a lo largo de los últimos veinticinco años se produce una expansión e intensificación de los sistemas agroforestales orientados a la producción de açaí en las zonas periurbanas circundantes a Belem, a lo largo del estuario del río Amazonas. Es decir, la ruralización en los gustos urbanos en este caso tuvo un efecto paralelo y visible sobre la zona periurbana a partir de la transposición de sistemas de manejo agroforestales de las zonas rurales hacia la ciudad (Brondizio y otros 2002. Véase también, Emperaire y Eloy 2015).

El trabajo de Pinedo-Vasquez y sus colegas (Pinedo-Vasquez y otros 2002, Sears y otros 2007, Sears y Pinedo-Vasquez 2014) con ribereños de la cuenca del río Ucayali muestra elementos en común y de contraste con el caso anterior. En este caso la demanda tiene su origen en ciudades mucho más alejadas (Ucayali y Lima) y, si bien también está relacionada con los efectos de la migración rural masiva, en este caso se centra en el suministro de maderas baratas para la construcción de viviendas improvisadas en los pueblos jóvenes o barrios periféricos. La plantación de especies de crecimiento rápido se realiza principalmente en bosques secundarios, dando lugar no a un proceso de intensificación del sistema productivo, como en el caso del açaí, sino de una modificación en el sistema de manejo de los sistemas de producción agroforestal. El ejemplo es ilustrativo también porque refleja la capacidad de innovación local, algo que se hace patente en la adaptación de técnicas para el manejo, cosecha, procesamiento y comercialización de la madera a partir de conocimientos y contactos adquiridos por los agricultores; por un lado, a partir de sus previas experiencias de trabajo con empresas madereras y, por otro, a partir de la expansión de sus redes sociales y económicas informales.

Este proceso de rearticulación entre lo urbano y lo rural, y de co-producción de espacios y procesos, se fundamenta en gran parte en los altos regímenes de movilidad y la diversificación de las actividades productivas y económicas de los pobladores amazónicos que, a su vez, depende y se expresa en un patrón residencial multi-situado característico entre colectivos ribereños, indígenas, quilombolas y en algunos casos también colonos (Eloy y otros 2015). El mantenimiento de residencias en distintos puntos a lo largo del continuo urbano-rural, frecuentemente en la comunidad y en una zona periurbana, facilita no solamente la circulación de personas, bienes, agro-biodiversidad, ideas y tecnología, sino también la reproducción y diversificación de relaciones sociales y la participación en una economía informal. Ello permite también la utilización de diferentes espacios y recursos, siempre a partir de la capacidad de adaptarse y responder a las oportunidades y las contingencias.

En la ciudad se materializa una de las contradicciones del capitalismo neoliberal en la Amazonia: a la vez que aumenta la dependencia sobre la economía de mercado y los servicios del Estado, estos se hacen difícilmente accesibles para la gran mayoría. Así, por ejemplo, si bien la ciudad ejerce una atracción gravitacional a partir de la presencia de bienes y servicios cada vez más imprescindibles, destacando la escolarización, la misma ciudad no ofrece las oportunidades de empleo ni las condiciones e infraestructura necesarias para el volumen de migrantes, lo que requiere una simultánea reorientación de las actividades productivas hacia otros espacios (periurbanos y rurales) y actividades (extractivas o forestales, por ejemplo) (Emperaire y Eloy 2015, Padoch y otros 2014). Dicha reorientación, y esto es importante, depende a su vez del vínculo y la conexión con el centro urbano, y de múltiples desplazamientos y flujos múltiples direcciones, improvisando, buscando y aprovechando oportunidades y coyunturas, generalmente efímeras. Otro factor que conduce a la movilidad y dispersión es el hecho de que en muchos casos esos mismos espacios rurales y esas mismas actividades extractivas o productivas se han ido cerrando, en parte debido al aumento de la población y la creciente presión sobre ellos, pero también debido a la consolidación de nuevas formas de exclusión social y territorial, como son la privatización de la tierra, la apropiación de los recursos forestales y minerales por grandes operarios comerciales, la delimitación de áreas naturales protegidas y un nuevo régimen de regulaciones y restricciones sobre los sectores productivos, forestales y extractivos que marginan o incluso criminalizan a los pequeños productores (Padoch y otros 2014).

La precariedad y la violencia, tanto directa como estructural, son elementos transversales de este nuevo régimen social (Feitosa y otros 2015), visibles, por un lado, en problemas de salud, nutrición o psicosociales (Valeggia y Snodgrass 2015) y, por otro, en una mayor fragmentación del paisaje y en una multiplicidad de respuestas y consecuencias a nivel ambiental.

Eloy y Lasmar (2012) examinan la diversificación de los sistemas de producción, de manejo de recursos y las estrategias de articulación social empleadas por familias indígenas ante la multiplicidad de condiciones y limitaciones impuestas a lo largo del continuo urbano-rural de la región de São Gabriel da Cachoeira (Río Negro, Brasil). Los autores describen un modelo multi-situado del uso de la tierra, caracterizado por un alto índice de movilidad individual y por una multiplicidad de áreas residenciales y de producción, lo cual a su vez permite a las personas acceder a los bienes y servicios urbanos de un lado sin perder el contacto o los derechos de usufructo en sus territorios de origen. Operar en un espacio tan heterogéneo, sujeto a regímenes de propiedad, acceso y tenencia dispares y con una preponderante limitación en el acceso a la tierra y los recursos naturales, requiere la adopción de una serie de estrategias de adaptación, y que incluyen varios mecanismos para compartir el acceso a la tierra o el usufructo, ya sea de manera directa o indirecta (Nasuti y otros 2013/4). Este tipo de “territorialidad en red” (networked territoriality) (Eloy y Lasmar 2015: 381) precisa no solo de movilidad, sino de la creación simultánea de redes colectivas de intercambio (bienes, servicios, conocimiento, etc.) y relación social (lazos familiares, de compadrazgo y matrimoniales, etc.). En este contexto de residencia multisituada, movilidad giratoria y diversificación en las actividades productivas los espacios periurbanos se convierten frecuentemente en zonas muy importantes de intermediación y por tanto de transformación de relaciones sociales, por ejemplo de género, además de ambientales (Eloy y Lasmar 2015, véase también Tacoli 2006). Los huertos familiares (home gardens), por ejemplo, se convierten a veces en espacios estratégicos, sobre todo en relación a la seguridad alimentaria, la conservación de agrobiodiversidad y los procesos de experimentación para el manejo de cultivos (Winklerprins 2002). Las áreas periurbanas, como las zonas de intermediación que son, reflejan a menudo el carácter turbulento del proceso de urbanización. Se observan con frecuencia distintas respuestas con efectos contrastantes. Si bien hay casos de sobreutilización de suelos debido a la intensificación de la agricultura y la presión demográfica, en otros se observa la integración de nuevos sistemas de manejo, o la transformación o intensificación de los sistemas agroforestales existentes, basados en la producción de especies forestales como el açaí, que además de su valor comercial y para la subsistencia, sirve también como herramienta política para consolidar derechos de usufructo y propiedad.

 

4. Conclusiones: replanteando el futuro

Hemos visto que el proceso de urbanización en la Amazonia implica no solo un proceso de expansión urbana, sino una más intíma y directa articulación geográfica y social, lo cual a su vez genera una dinámica más compleja, en sí característica de la condición de la modernidad tardía y de los efectos de la globalización a nivel social y territorial. Por un lado, constatamos una mayor conectividad y niveles de integración, co-producción e hibridación (Alexiades 2009b). Asimismo, sin embargo, se hace evidente también una creciente fragmentación, a nivel paisajístico o en términos de equidad social o económica, por ejemplo, y a diferentes escalas, lo que complica enormemente la labor de gestión ambiental y territorial (Guedes y otros 2009).

Si bien coincidimos en que las dinámicas y transformaciones, orgánicamente vinculadas a los efectos del capitalismo neoliberal, son novedosas y contingentes, también hemos querido señalar que existen ciertas continuidades históricas, y que muchas de las disyunturas y contradicciones en lo que respecta a la transformación y las respuestas sociales indígenas reflejan igualmente ciertas continuidades y coherencias importantes. Coincidimos con aquellos que subrayan el hecho que el alto índice de movilidad giratoria, la diversificación en el uso de ambientes y estrategias de subsistencia, un patrón residencial multi-situado y con formas de asentamiento y territorialización distribuidas, son elementos centrales de los patrones históricos de subsistencia de muchos grupos amazónicos, posteriormente adaptados y consolidados a través de la economía de la extracción de la goma en la conformación de un campesinado indígena (Eloy y otros 2014: 5, Sears y Pinedo-Vasquez 2014). El elemento de cambio, en este sentido, es el hecho que la subsistencia en el contexto actual supone una relación mucho más intensa con el mercado y con “otros” mundos, seres y actores, indígenas y no-indígenas. Si examinamos la historia de la transformación social y territorial indígena durante el periodo colonial y especialmente poscolonial, podemos reconocer, sobre todo a partir de la proyección del Estado moderno, que los elementos que algunos podrían concebir como característicamente tradicionales (el aislamiento, la atomización social, el emplazamiento y espacialización de la territorialidad) son construcciones históricas recientes que no concuerdan necesariamente con modos anteriores de apropiación territorial indígena (Chirif y García 2007, Robert 2004). Proponemos que la socialidad y territorialidad indígena mantienen cierta predisposición a la condición de movilidad, dinamismo y multiplicidad requeridas para convivir, o al menos sobrevivir, en un pluriverso contingente a veces impredecible, repleto de dificultades, ambivalencias, peligros y potencialidades, del cual no se puede escapar, y que requiere de una constante capacidad de mediación, negociación y adaptación.

Con esto no insinuamos que el régimen de urbanización actual implique un retorno a una vida más “tradicional”, ni tampoco trivializamos o subestimamos la envergadura de la violencia estructural -cuando no física- que subyace a las condiciones impuestas por los efectos y la dependencia sobre una “modernidad subordinada” (Méndez 2011) actualmente condicionada al capitalismo neoliberal (Parrellada 2012). Lo que queremos resaltar es que la respuesta indígena y rural a las condiciones de dicha modernidad expresa elementos coherentes, propios, y que responden a formas de ordenar y actuar ante el mundo y la realidad diferentes a aquellos propuestos por el proyecto de la modernidad neo-europea.

Uno de los elementos, a nuestro parecer clave de la actual coyuntura social, territorial y ambiental de la Amazonia, se refiere justamente a las profundas contradicciones creadas por el proyecto de la modernidad. El capitalismo neoliberal ha desencadenado también nuevas posibilidades de resistencia, por ejemplo, al reducir el tamaño e influencia directa del Estado, promover la descentralización y la multiculturalidad, y abrir nuevos espacios de concertación y acción para la sociedad civil. Las zonas periurbanas amazónicas se constituyen como ejemplos de los “nuevos márgenes” o “territorios subordinados” de la modernidad neoliberal (Aparicio y Blaser 2008). Coincidimos con estos autores en que “la presencia de lazos sociales fuertes, forjados a partir de la vida comunal dentro del territorio, provee un vector alternativo a través del cual se puede realizar lo social” (2008: 68, traducción nuestra) y nos unimos a McSweeny y Jokisch (2015) para agregar que el proceso de urbanización resalta, no subvierte, la presencia y la importancia de esos lazos, pero como parte de un proyecto social y territorial más complejo, multisituado, distribuido, y en muchos casos multiétnico.

Estas formas emergentes de indigeneidad, socialidad y territorialidad multisituadas y multilocales demandan nuevos tipos de compromisos a nivel teórico, institucional y político, y nuevos tipos de gestión. Hay sobre la mesa una serie de propuestas metodológicas y conceptuales que permitan abordar estos nuevos tipos de dinámicas sociales y territoriales en la Amazonia a partir justamente del reconocimiento de la inmensa complejidad que presuponen: heterogeneidad de actores, multiplicidad de factores y escalas, un alto grado de conectividad y una consiguiente aceleración en el flujo de personas y de elementos materiales e imateriales (Sobreiro 2015). Sikor y otros (2013), por su parte, identifican una consiguiente tendencia a “desterritorializar” los modelos de gobernanza hacia acercamientos enfocados más en los flujos (flow-centered) de personas, bienes e insumos que, en constituciones territoriales específicas, si bien aparentarían adecuarse mejor a la realidad de los nuevos patrones de territorialidad dispersos de los pueblos amazónicos, amenazan en realidad con generar un nuevo ciclo de desposesión y exclusión.

Esta dinámica, a la vez compleja, importante y preocupante, insta a aquellos de nosotros en la academia a reconsiderar nuestra propia “territorialización” intelectual e institucional, así como nuestro propósito y posicionamiento ante los interrogantes, desafíos, riesgos y apuestas, y coyunturas generadas en el enredado de los amazónicos y el mundo (Blaser 2014).

 


Notas

1. Usamos el termino “indígena” en su sentido amplio, como elemento identitario en permanente construcción que es, y que abarca a indígenas acampesinados, a campesinos re-indigenizados, así como al campesinado amazónico (ribereño, caboclo o camba) y a las poblaciones afro-descendientes.

2. Agradecemos a Jose María Valcuende la amable invitación que nos ha hecho para contribuir con una publicación a este monográfico, así como su paciencia y comprensión, a Joaquín Carrizosa sus comentarios y aportes, y a José Antonio Cortés su ayuda en la redacción del texto.

 


 

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Gazeta de Antropología